Hace poco más de 100 años, Estados Unidos se ilusionó con tener como presidente a uno de sus mayores íconos empresariales, en nuestros tiempos sería algo similar a que Elon Musk, aunque nació en Sudáfrica, fuese considerado para ser presidente de la Unión Americana, quizás en la sociedad del espectáculo del siglo XXI, su equivalente fue Donald Trump. En la elección de 1924 muchos estadunidenses se ilusionaron con la posibilidad de que Henry Ford se postulara para la máxima oficina pública. Afortunadamente, el creador del modelo T, quien, prácticamente inventó a la industria automotriz, no fue presidente y es que de haberlo sido la historia podría haber sido muy distinta al considerar que fue un gran admirador de Adolfo Hitler.
La admiración era mutua y en su libro Mi Lucha, Hitler escribió que Henry Ford era uno de los pocos líderes de negocios que había podido resistir al dominio judío, esta buena relación entre ambos personajes permitió que la subsidiaria de Ford en Alemania recibiera contratos muy rentables una vez que ascendió al poder el nacional socialismo, por lo que la empresa automotriz ayudó al esfuerzo militar de los nazis mientras resistió los llamados de Churchill y Roosevelt para contribuir al esfuerzo militar de los aliados, hasta que en 1941 Estados Unidos entró a la guerra.
Ford no fue la única empresa que aprovechó que la Alemania nazi ofrecía una gran oportunidad de negocios, todo ello a pesar de su carácter antisemita y aún después de haberse anexado a Polonia en 1939, luego de que no sirvió el apaciguamiento británico que le permitió engullirse los Sudetes que pertenecían a Checoslovaquia. En aquel entonces, muchas compañías hicieron negocios con la Alemania nazi sin mayor consecuencia, aunque después de la guerra y al hacerse evidente la dimensión y horrores de los campos de concentración todas ellas buscaron borrar cualquier lazo.
En la coyuntura actual de la invasión de Ucrania es claro que 2022 no es 1939, dado que hoy la gran mayoría de las compañías occidentales ha decidido cortar lazos con la Federación Rusa, Ford suspendió sus operaciones en el país encabezado por Vladimir Putin, Boeing también, BP vendió su participación en una joint venture con Rosneft mientras que Shell también explora vender su participación en Gazprom, otras de las grandes empresas energéticas rusas, Disney y Warner decidieron posponer sus estrenos cinematográficos en ese país mientras que Apple ha suspendido sus ventas. Las federaciones deportivas también han cortado lazos con Rusia y con ello le mandan una señal fuerte de rechazo. Es claro que la economía rusa sufrirá un gran impacto como consecuencia de la aventura militar de Putin.
La reacción del mundo es motivo de optimismo, aunque tampoco me atrevería a afirmar que todas las lecciones del siglo XX han sido asimiladas, dado que si bien la respuesta ha sido enfática con respecto a Rusia los países de la OTAN han sido reticentes a prescindir del petróleo y gas rusos. De sancionar a Rusia totalmente se tendría que limitar sus exportaciones energéticas, lo que implicaría un choque de precios que se suma a un entorno inflacionario, lo que llevaría a los bancos centrales a subir las tasas de interés y ralentizar el crecimiento económico de la recuperación luego de la crisis económica ocasionada por la pandemia.
Es por ello que en su mensaje a la nación, Joe Biden anunció que liberarán 30 millones de barriles de petróleo de la reserva estratégica de su país y otros 30 países liberarán otros 30 millones con lo que se busca contribuir a la estabilidad de precios de los hidrocarburos. El mundo ha aprendido del pasado, aunque no totalmente, por ejemplo, si bien Apple suspendió sus ventas en Rusia se ha negado a tomar acciones en China que tiene campos de trabajos forzados en donde somete a la minoría musulmana de los uigures, en la provincia de Xinjiang, al igual que Apple muchas compañías se niegan a perder acceso a la segunda mayor economía del planeta que es muy susceptible a la crítica.