Los espacios de trabajo están cambiando.
La isla de Manhattan ofrece una clase de arquitectura y la arquitectura es un registro histórico impecable de las prioridades materiales de sus habitantes, por ello es que la transformación del perfil de la ciudad es una expresión literal de los tiempos económicos que fueron, los que son y los que serán.
Al estar contenida en una isla, Manhattan mantiene una dimensión humana que hace más fácil concebir el microcosmos global que comprenden sus calles y avenidas, que van desde las zonas más afluentes del mundo hasta aquellos que viven en un refugio al no tener casa. Ahora que tuve la oportunidad de estar algunos días ahí, me sorprendió el cambio que sufrió el perfil del barrio Midtown, que se encuentra en la zona sur de Central Park. En poco tiempo, en la zona se construyeron varios rascacielos residenciales que se distinguen por ser tan delgados como caros, el más nuevo es Central Park Tower, que es la torre residencial más alta del mundo y de la isla, sin considerar la antena que corona el One World Trade Center.
El Central Park Tower está ubicado en la calle 57 y cuenta con 97 pisos que albergan únicamente 179 residencias, con un precio promedio de 22 millones de dólares. Los estudios de dos recámaras tienen un precio de salida de 1.5 millones de dólares y aquellas de ocho recámaras más de 60 millones de dólares. Seguramente los habrá más costosos si consideramos que en la segunda torre residencial más alta, que se ubica a unas cuadras, en el 432 de Park Avenue, hay un penthouse en venta por módicos 169 millones de dólares. Las cifras muestran que no son residencias para ricos estadunidenses, son residencias para súper millonarios de todo el mundo.
Muchos de estos departamentos están enmascarados por empresas offshore con el objetivo de proteger, más que su identidad, los balances de sus fortunas frente a las autoridades fiscales. A diferencia de los grandes rascacielos de antaño que representaban la potencia de las corporaciones que orgullosas colocaban sus logos en la parte alta de los edificios y cuyos administradores, con lógica comercial, abrían miradores para que los habitantes comunes y corrientes pudieran apreciar la urbe desde las alturas. En los edificios residenciales dichas cimas están cerradas al público. Aunque hay que decir que la tradición de los observatorios se mantiene vigente en los clásicos: Empire State, Chrysler Building o en el One World Trade Center y, más recientemente, en el 30 Hudson Yards, que tiene una plataforma de observación que abrió sus puertas al público brevemente el 11 de marzo del año pasado.
No obstante, por la pandemia los espacios de trabajo están cambiando, por lo que es previsible que habrá menos demanda de superoficinas y más demanda de residencias. Si bien estos grandes edificios retratan las virtudes del capitalismo global en función de los empleos que se generan en su construcción, también muestran sus contradicciones e incluso su disfuncionalidad.
Por ejemplo, el segundo edificio residencial más alto, en el que se vende el penthouse por 169 millones de dólares, hay demandas en contra del constructor por más de 100 millones de dólares ante varios problemas que van desde cortocircuitos constantes, elevadores descompuestos, ruidos excesivos por el viento, inundaciones, etcétera. Otro reflejo del capitalismo global es que muchos de los grupos desarrolladores son de Shanghái, Dubái y obviamente de EU y las obras están financiadas a través de complejas y sofisticadas estructuras financieras y, en casi todos los casos, se han dado sobrecostos y reestructura de pasivos.
Obviamente, Nueva York ya tiene un nuevo impuesto residencial para propiedades por encima del millón de dólares y que llega hasta 3.9 por ciento del valor de la propiedad cuando ésta supera los 15 millones de dólares. El perfil de Manhattan en este momento refleja la exuberancia que ha generado el sistema capitalista y, al mismo tiempo, la disfuncionalidad que lo acompaña. Ciertamente, sigue siendo el mejor sistema económico para ubicar recursos escasos. Me pregunto cómo será el perfil de esa urbe en 30 años.