Hace exactamente dos décadas, se derrumbaron las Torres Gemelas y comenzó históricamente el siglo XXI y con ello se modificó la trayectoria esperada del planeta. En aquel entonces, Estados Unidos era una potencia indiscutible, venía de una década de crecimiento sostenido producto de la innovación que detonó el internet.
Antes del 11 de septiembre, el presidente George W. Bush tenía una agenda de acercamiento con México bajo la lógica que impone el pragmatismo electoral de un líder que ganó por una decisión jurídica a pesar de haber perdido el voto popular, pues en ese contexto la comunidad latina abonaba mucho.
Además, también le permitía a W. Bush encauzar los problemas transaccionales con México así como la creciente e inevitable importancia económica de nuestro país. Sin embargo, después del 11 de septiembre la relación entre los presidentes de México y Estados Unidos se enfrió y no volvió a ser tan cercana.
Europa buscaba encontrar un lugar independiente. Recuerdo que Tony Blair, entonces primer ministro de Reino Unido, visitó México y en uno de sus discursos mencionó que su país y el nuestro deberían desarrollar una mayor cercanía, independientemente de Estados Unidos. Blair venía de una relación muy cercana con Clinton, lo que lo alejaba naturalmente de una administración republicana, pero después del 11 de septiembre se convirtió en el aliado más incondicional de Bush, lo que en el saldo le costó mucha popularidad por su apoyo a la invasión de Irak. Otros países europeos, como España, también siguieron a W. Bush en su aventura iraquí, mientras que Francia y Alemania adoptaron una postura más cauta aunque también hubo un proceso de radicalización social frente a sus propias poblaciones musulmanas. Al transcurrir de este siglo, Europa acabó de ceder su lugar central que ya había perdido desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hoy se coloca como una bisagra entre Estados Unidos y China.
En aquel entonces, China apenas había entrado a la Organización Mundial del Comercio y continuaba la acelerada transformación de su economía. En ese entonces, todavía estaba bajo el modelo de convertirse en el mayor motor de manufactura en el mundo, lo que luego le permitió adquirir el conocimiento para tener sectores altamente especializados y empresas de tecnología de primer orden que crecieron apalancadas del enorme mercado de su propio país. En esta etapa del siglo XXI, la base para enfrentar retos, como el cambio climático, es que Estados Unidos y China puedan tener una convivencia cooperativa que permita una gobernanza del orbe ante problemas globales, y se antoja difícil.
Los ataques de aquel martes 11 de septiembre de 2001 llevaron a Estados Unidos a derrocar a los talibanes en Afganistán y más tarde a Saddam Hussein en Irak, lo que fue desastroso y realmente costoso. Desde una óptica económica, la política acomodaticia que implantó Alan Greenspan desde el Fed después del 11 de septiembre, junto con otros factores como la laxa regulación financiera, fermentaron y en parte dieron lugar a la Gran Recesión de 2008-2009, que a su vez polarizó a la sociedad estadunidense, dando lugar al triunfo de Donald Trump.
Los ataques terroristas del 11 de septiembre también mostraron otra característica que se repetiría una y otra vez en el siglo XXI y es la asimetría como un factor que define los conflictos y dinámicas, en donde los mayores retos de los Estados nación ya no derivan únicamente de otros Estados nación, sino también de grupos más pequeños, alimentados por cajas de resonancia ideológicas, que pueden subvertir sistemas y romper el statu quo. La nueva etapa del siglo XXI comenzó en 2016 con el triunfo de Trump, pero se afincó con la pandemia.
En 20 años, cuando volvamos a visitar estos tiempos de manera retrospectiva, probablemente encontraremos que fallamos en establecer instituciones eficaces de cooperación multilateral que nos habrían ahorrado muchos dolores de cabeza.