No hay otro presidente que haya citado a René Pérez, mejor conocido como Residente, de Calle 13, en un discurso clave de la política exterior para afirmar lo que siempre ha sido su estilo: “yo siempre digo lo que pienso”. Y esa pieza de oratoria así lo refleja.
Por un lado, los viejos agravios latinoamericanos centrados en el intervencionismo de Estados Unidos y la Doctrina Monroe de “América para los americanos”, combinado con la nostalgia por la Revolución cubana de 1959. La nostalgia y la retórica de los pueblos latinoamericanos se encontraba bien encuadrada en la década del 60 del siglo pasado cuando el movimiento de Fidel Castro inspira países, jóvenes y movimientos, lo cual fue posible gracias a la Guerra Fría y los recursos que brindaba la Unión Soviética. Sin embargo, más de tres décadas después de la caída del Muro de Berlín, desde la óptica económica es claro que el modelo de la economía colectiva y centralmente planificada fue un fracaso y un sueño guajiro fuera del subsidio soviético.
Desde una óptica social es claro que la persistencia del régimen de la Revolución Cubana provocó la pauperización de sus habitantes, salvo una pequeñísima élite militar y, en ese sentido, los edificios decrépitos de la Habana Vieja muestran lo mal que envejeció su dictadura.
En lo político se debe reconocer que la clase gobernante cubana ha resultado inéditamente eficaz en mantener vigente el bloqueo como un artilugio retórico con el que pueden justificar sus enormes carencias y errores. Los apologistas trasnochados hablarán del sistema cubano de educación y de salud y argumentarán que los cubanos están mejor que otros países caribeños, y luego se arrancarán a decir que la isla no tiene la desigualdad que se puede ver en México.
Obvio, pasarán por alto que en la isla no está bien visto opinar y que, además de no tener libertad política tampoco tienen libertad económica. Y no es sorprendente si consideramos que algunos de estos apologistas consideran que leer por gozo es un acto de consumo capitalista; ni el comandante Ernesto Guevara estaría de acuerdo con semejante idea.
A esa Cuba se destinó una parte del discurso y un gesto diplomático del Presidente de México al proponer la desaparición de la Organización de los Estados Americanos (OEA). No obstante, lo más sobresaliente del discurso fue el diagnóstico geopolítico que con certeza identificó un mundo bipolar con la hiperpotencia capitalista por un lado y por el otro una potencia emergente enorme, nominalmente comunista, pero con una economía capitalista centralmente planificada.
Al escuchar la primera parte del discurso la consistencia haría pensar que México y su Presidente podrían intentar la vía cubana y posicionarse como una espina desafiante alimentada por China, pero no y ahí radica lo sorprendente del discurso. Andrés Manuel López Obrador dijo: “nosotros preferimos una integración económica con dimensión soberana con Estados Unidos y Canadá, a fin de recuperar lo perdido con respecto a la producción y el comercio con China, que seguirnos debilitando como región y tener en el Pacífico un escenario plagado de tensiones bélicas… nos conviene que Estados Unidos sea fuerte en lo económico y no sólo en lo militar”.
Por más nostalgia y simpatía, la realidad se impone y México sabe que la relación con la Unión Americana es vital, es el mercado al que van 80 por ciento de las exportaciones mexicanas, de donde vienen ocho de cada de diez turistas, es el territorio en el que viven más mexicanos que inyectan más de 40 mil millones de dólares a la economía de millones de familias marginadas en México.
La vecindad con Estados Unidos permitió que México no aplicara medidas para atenuar las crisis y que atrajera inversión como consecuencia de la reorientación de las cadenas de suministro que buscan escapar al conflicto geopolítico.
¿Qué parte escuchar del discurso? ¿La nostalgia por Cuba o la alineación con Estados Unidos frente a China? No tengo duda, el gobierno de México está con el país capitalista por excelencia frente al país nominalmente comunista.