Me ha tocado vivir seis elecciones mexicanas. Aunque en la de 1994 no me tocó votar, recuerdo que el país estaba crispado y se respiraba un aire de incertidumbre; cualquier cosa podía pasar. Unos meses antes habían asesinado al candidato oficial, Luis Donaldo Colosio; los zapatistas se habían levantado en Chiapas y el país estaba desconcertado. No recuerdo que hubiera entusiasmo por Ernesto Zedillo, pero tampoco dudas sobre su triunfo. No porque hubiese llegado como resultado de una democracia electoral, sino porque era lo esperado. Muy diferente del fraude de 1988, cuando Manuel Bartlett era secretario de Gobernación y “se cayó el sistema”, lo que resultó en el triunfo de Carlos Salinas de Gortari.
BONO DEMOCRÁTICO
En el año 2000, el país llegaba renovado y listo para poner a prueba el proceso electoral organizado por el IFE. Aunque la elección de la Ciudad de México en 1997 había mostrado que se podía sacar al PRI, había cierto grado de incredulidad en cuanto a que se respetaría el voto si éste los sacaba de Los Pinos. Vicente Fox ganó la Presidencia con un gran bono democrático; incluso quienes no habían votado por él tenían cierta expectativa de avanzar hacia un México distinto. Sin embargo, para 2003 era claro que Fox no estuvo a la altura del momento, aunque tampoco fue catastrófico. Después vino la contenciosa elección de Calderón, la de Peña Nieto y de López Obrador. En primera persona, la de *Calderón se sintió como una elección que bordeó el precipicio; la de Peña Nieto, con poco entusiasmo, pero con cierta normalidad democrática; en la de López Obrador se palpaba cierto miedo y también expectativa de que se rompieran inercias.
NUEVO BONO
La elección de Claudia Sheinbaum encuentra a un México polarizado, pero al igual que con Vicente Fox, el hecho de que sea la primera mujer en dirigir al país le da cierta aura de expectativa. Quienes no votaron por ella, pero tampoco piensan que se trata del inicio de una dictadura, tienen una sola pregunta: ¿se deslindará de las filias, las fobias, pero sobre todo de la influencia de Andrés Manuel López Obrador? No hay una respuesta concreta; existe cierta ambivalencia. Es obvio que ella, por inclinación ideológica, agradecimiento personal con su mentor y por sostenibilidad política, ha puesto énfasis en ser el segundo piso de lo que llaman la Cuatro té.
CINCO EXPECTATIVAS
Hay un sinfín de expectativas y reacciones ante el nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum. Aunque son infinitas, identifico cinco grandes arquetipos: A) Los entusiastas, quienes son los seguidores más férreos de López Obrador, lo ven como un líder histórico sin igual, con la expectativa de que Sheinbaum mantenga lo más fielmente posible el legado de Andrés Manuel López Obrador. B) Aquellos que la apoyan y tienen amplias expectativas, pero deciden ignorar las partes más problemáticas del lopezobradorismo, como la creciente militarización de la vida civil, la opacidad y la corrupción, así como el debilitamiento de las instituciones y el esbozo de una dinastía política hereditaria, pero que se apalancan y cifran sus esperanzas en una mujer preparada y sofisticada. C) Los que no tienen mucho interés en los detalles; les preocupa un poco, pero de manera secundaria a sus preocupaciones cotidianas, y albergan la vaga esperanza de que, por voluntarismo, Sheinbaum corregirá los errores y no caerá en la tentación autoritaria que le permite la nueva estructura institucional. D) Los preocupados, que observan la fuerza de gravedad histórica del presidencialismo mexicano, esperan un rompimiento con López Obrador y reconocen en Sheinbaum una figura mucho más analítica, pragmática y ordenada, lo que llevaría al país por un camino más inercial, pero menos caótico. Para este grupo la pregunta es ¿va a romper? E) Aquellos que creen que estamos ante un camino sin retorno hacia un precipicio autoritario, lo que ocasionará una debacle económica y social de grandes proporciones.
¿En qué grupo se identifica usted, estimado lector, y qué respuesta encuentra en los primeros discursos de la nueva Presidenta de México?