La historia de Manuel Espinosa Yglesias muestra la paradoja a la que se enfrentan los grandes empresarios mexicanos. Espinosa Yglesias fue el Carlos Slim de su época, por la enorme influencia que representaba en el país, aunque, a diferencia del ingeniero, su fortuna estaba concentrada en el banco que consolidó durante varias décadas y que hoy conocemos como BBVA.
En el México de don Manuel, la rectoría del poder político sobre la economía era total y, por lo tanto, cualquier negocio de escala significativa tenía que contar con la aprobación y cercanía con el gobierno, tomando en cuenta que México tenía una presidencia imperial, esa cercanía tenía que ser con el presidente en turno y algunos miembros del gabinete. Manuel Espinosa logró la anuencia del secretario de Hacienda, Antonio Carrillo, para tomar el control y transformar al Banco de Comercio, posteriormente cultivó una relación cercana con Antonio Ortiz Mena, quien fue el secretario de Hacienda de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, y fue durante esas dos administraciones que se consolidó Bancomer.
LA EXPROPIACIÓN
El episodio que muestra la paradoja a la que se enfrentan los grandes empresarios mexicanos se dio en el verano de 1982. En sus memorias, Manuel Espinosa cuenta que, en aquel verano, su hija Amparo le informó que había planes para nacionalizar la banca mexicana, él hizo algún sondeó y lo desestimó, dado que los banqueros se habían reunido recientemente con el presidente José López Portillo y no les había dado ninguna señal negativa.
No obstante ello, el miércoles 1° de septiembre de 1982, México despertó con la novedad de que había policías y soldados impidiendo el acceso a empleados y ejecutivos a las sucursales y oficinas de todos los bancos del país y, más tarde ese mismo día, en su último Informe de Gobierno, José López Portillo anunció la nacionalización de la banca ante un aturdido gremio bancario. No hubo capacidad de respuesta ante un sistema político en donde el jefe del Ejecutivo podía implantar cualquier ocurrencia sin ningún tipo de contrapeso. Es así que el poder y fortuna de uno de los mayores empresarios en México desapareció de la noche a la mañana por las ocurrencias de un presidente como López Portillo que ante el fracaso de su tesis de la administración de la abundancia y un gasto irresponsable que generó un proceso inflacionario de doble dígito, encontró como chivo expiatorio a la banca, a la que acusaba de sacadólares.
LA DIRECCIÓN
Aunque México ha logrado construir una democracia y un incipiente sistema de instituciones, la paradoja continúa y los empresarios, muchos de ellos agrupados en el Consejo Mexicano de Negocios, se enfrentan a la paradoja que implica, por un lado, controlar a compañías que trascienden los sexenios y los vaivenes políticos, pero al mismo tiempo empequeñecen, si se les compara con el inmenso presupuesto que gestiona un presidente y la capacidad de movilizar recursos, por ejemplo, lo que se ha invertido en trenes, aeropuerto y refinería es mucho más de lo que destinan como inversión empresas como FEMSA, América Móvil o Bimbo.
A pesar de que muchas de las grandes firmas se han diversificado más allá de México y, por otro lado, se han creado entes autónomos como el Instituto Federal de Telecomunicaciones, la Comisión Reguladora de Energía y la Comisión Federal de Competencia, entre otras, el poder del jefe del Ejecutivo en México sigue siendo muy extenso, lo que ocasiona que una parte no menor de la economía se mueva al compás del habitante de Palacio Nacional. En sus memorias, don Manuel Espinosa concluye: “Ya no se gobierna a balazos, pero seguimos teniendo caudillos. Quizá ya no lo digan con la claridad de antes, pero cada uno de nuestros presidentes sigue creyendo que salvar al país depende sólo de su voluntad y de que todo el mundo lo obedezca”. Veintidós años después de su fallecimiento, don Manuel no sería muy optimista con la dirección que ha tomado la nación, en la que a muchos empresarios no les queda mucho margen frente al poder presidencial.